Cortesía a la santiaguera

Uno de los más atrayentes cronistas de la sociedad santiaguera del siglo XIX, fue sin dudas el pintor inglés Walter Goodman, quien estuviera en la ciudad entre 1864 y 1869. Con una mirada acuciosa, que detalla lugares, personas y costumbres, Goodman refleja un Santiago colonial en el que ya se gestaba una nueva etapa emancipadora. La hospitalidad, como parte de la cortesía, es uno de los valores que siempre ha destacado en los habitantes de Santiago, haciéndola parte incluso del actual escudo provincial: “Rebelde ayer, hospitalaria hoy, heroica siempre”. Veamos cómo refleja Walter Goodman esta característica del pueblo santiaguero:

Es abrumadora la gentileza que se nos dispensa durante nuestras primeras semanas en Santiago. Por dondequiera que vamos, hallamos algún amigo desconocido que ha previsto nuestra llegada y sin que lo sepamos ha dispues­to lo necesario para nuestras necesidades. Si llegamos a refrescar a un café, al ir a pagar lo que hemos pedido, el mozo rechaza el dinero y nos dice que el consumo ya está pagado. Así descubrimos que todos los dueños de restoranes y cafés de la ciudad fueron advertidos por amigos invisibles que no admitan dinero de don NicasioRodríguez y Boldú ni de su acompañante inglés, «cargán­doselo» a ellos en cuenta. Si vamos al teatro, se nos opone la misma objeción; y un camisero a quien pedimos una docena de chamarretas abiertas, a la criolla, rehúsa pasar­nos la cuenta.

Estas atenciones, empero, no duran mucho, porque mi socio, después de permitirlas durante un tiempo razonable, hace saber a todos, de un modo público, que tan aplas­tante hospitalidad tiene que acabar enteramente, porque de lo contrario, él y el

caballero inglés se mudarán a una ciudad que no sea tan expresiva en sus buenas maneras. Esta advertencia surte su efecto, aunque esa debilidad del cubano tan especial, de «meterse en todo», sigue mani­festándose en otras formas.

Voy a un café donde algunos criollos, que me son total­mente desconocidos, se agrupan en torno a una mesa de mármol. Si me acompaña una señora, todos se ponen de pie y nos saludan. Yendo solo, me brindan asiento y refrescos, pues en ninguna circunstancia y en ningún lugar, el cubano come o bebe sin convidar a su vecino. A todo cubano antes de comer le complace, como gracia especial suya, ofrecer: «¿Usted gusta? ¿Gusta tomar algo?»

Tales atenciones, sin embargo, no se limitan al condumio. Se adaptan a todo cuanto el cubano posee. Si admiro algún artículo u objeto de su individual pertenencia sea un bastón, una leontina de reloj, un caballo, una pistola, un esclavo, al decirlo recibo por halago la respuesta: « Es para usted», o bien, «un servidor de usted». Si le pregunto a un cubano dónde vive, me responde: «En la calle tal y tal número tanto: Allí tiene su casa.» Y cuando alguien me escribe una carta, siempre veo que se me dirige desde «su casa».

En resumen, nunca había sabido yo lo que la cortesía significaba ni la abundancia en que las posesiones de las Indias Occidentales se hallaban a mi disposición, hasta que no pasé a vivir entre las exuberantes riquezas de la Perla de las Antillas.

Fuente: Walter Goodman: Un artista en Cuba, Ed.

Letras Cubanas Ciudad de La Habana, 1986.

Por: Mayla Acedo Bravo. | Fotos: Archivos OCC en ORGULLO DE SANTIAGO