
En nuestro Santiago de antaño, como en toda ciudad colonial iberoamericana, tuvieron las fiestas y santos católicos sin dudas un papel determinante en la vida de la urbe. Sus habitantes no celebraban sus cumpleaños sino el santo a quien debían el nombre, lo que en muchos casos era recomendable pues solo se tiene un día de nacimiento, pero se podían tener nombres como María de Lourdes Caridad de los Ángeles, lo que implicaba cuatro fiestas en tu honor.
Los santos regían también los nombres de sus calles, que aunque durante la república fueron cambiados por el de patriotas y personajes ilustres, han perdurado en la tradición del santiaguero. ¿Quién llama por su “nombre” a vías tan tradicionales como Santo Tomás, Santa Lucía o San Basilio? ¿Qué santiaguero piensa en San Francisco como “Sagarra” o en San Carlos como “Rafael Salcedo”?
Además de la conocida celebración de Santiago Apóstol, fecha cumbre de nuestro carnaval, una de las más esperadas fiestas religiosas era el Corpus Christie. Cuenta la cronista norteamericana Caroline Wallace, que los trajes para esta ocasión se encargaban a las modistas mucho tiempo antes, y algunas damas de la aristocracia santiaguera los mandaban a comprar expresamente a París o Madrid.
Las calles por las que pasaba la procesión eran engalanadas con banderas y enramadas de palmas y telas (razón por la cual tomó tal nombre la calle Enramadas) y desde los balcones y ventanas, las damas exhibían todo su esplendor ante los caballeros que aprovechan el momento para admirar la belleza local. Al filo de la tarde había todo un desfile de coches y quitrines que se encaminaban al Paseo de la Alameda, donde se colocaban múltiples quioscos con comida y música para los que paseaban, una muestra más de cómo el cubano puede ir de lo más sacro a lo popular sin mediar apenas transición.
Escrito: Mayla Acedo Bravo en ORGULLO DE SANTIAGO