
Eso me decía mi abuela Catalina que aprendió a leer con cartilla y no tuvo sexto grado. Me advertía con el dedo o levantando la ceja. No lo olvides, Negrito. Con ese cariño… que no logro describir, pero que solo yo sé explicarlo.
Ahora, años después entiendo a la abuela. Poner cada cosa en su sitio, literalmente. Cada cosa en su lugar para encontrar bien hasta en las peores oscuridades.
La cosa en su lugar era también a cada gente su lugar en el corazón. La cosa era saber la importancia de cada minuto, de cada palabra, de cada gesto, de cada ofrecimiento. Aprender la importancia de las cosas en un mundo «cosificado».
Ese aprendizaje me lo dejó mi abuela Catalina, a quien siempre le dije Mamá. Incansable con sus manos hasta los últimos minutos. Incansable de espíritu. Eso me recuerda por estos días su filosofía. No olvides, Negrito, poner cada cosa en su lugar, parece decirme.